lunes, 30 de enero de 2017

[Relato] Smile

Ella era tan solo una niña cuando la vio por primera vez, puedo asegurarlo pues, de ser así, aquella bella sonrisa la habría hipnotizado como a cualquier otro, pero no tenía recuerdos precisos del momento exacto en el que sucedió, algo propio de cualquier infante. Sí puedo decirles que, a pesar de aquellos borrones, la presencia de esa sonrisa brillaba ligeramente, a aquella niña le gustaban mucho las sonrisas y, cuando finalmente se percató de que ella estaba allí, un cálido sentimiento de familiaridad acompañó el feliz golpeteo de su corazón. Fue entonces cuando decidió que aquella era la sonrisa más bonita que había visto.

Ella era una niña de gustos muy particulares, criada por una familia lectora, desde una temprana edad se sumergió en el mundo de los libros, tendiendo a preferir la soledad a la compañía. En las ocasiones en las que no tenía más opción que compartir su espacio con otras personas de su edad, los otros niños se burlaban de ella por su gusto al estudio, los libros y su particular amor a los juegos de Pokémon. El bullying que sufrió a una temprana edad la llevó a tomar una postura distante de quienes la rodeaban, sin embargo, no podía evitar fijarse en aquellas personas. Había algo en ellas que le atraía de sobremanera, probablemente porque ella no portaba una a menudo: sus sonrisas.

Las personas a su alrededor tendían a sonreír, pero no tardó en comprender que una sonrisa no era sinónimo de felicidad. Habían distintos tipos de sonrisas: algunas eran la expresión de la alegría, como la que mostraban los del equipo vencedor del juego a la hora de educación física, algunas de comprensión, como la de la maestra, otras eran cariñosas, como la que su madre le dedicaba al verla salir del colegio. Pero también había otras que eran crueles, como las de los niños que se metían con otros chicos menores, o como aquellas que portaban, altaneras como solo pueden serlo las niñas durante la primaria, quienes se metían con ella.

Las sonrisas captaban su atención, pues podían decir mucho de una persona. Incluso había quienes sonreían poco o quienes se obligaban a hacerlo. La niña poco entendía de esas personas, en su mayoría adultas, pues aquello a lo que ellos denominaban “estrés” escapaba a sus infantiles concepciones.

El tiempo pasó y un día su padre le dijo que pronto irían de vacaciones a un lugar lejos de casa. La chica, que ya había crecido un poco, estaba feliz. No había cambiado demasiado, seguía prefiriendo meter la nariz en un libro antes que pasar el tiempo con gente de su edad, pero se había vuelto un poco más abierta en ese sentido y tenía un pequeño grupo de amigos en aquel lugar al que tantos recuerdos asociaba; irían a vacacionar al mismo lugar al que iban todos los años y, si bien para algunos eso podía ser aburrido, a ella le encantaba.

El calor seco era atenuado ligeramente por la fresca brisa que cubría el ambiente. El primer día fue bastante tranquilo, se reunió con sus amigos, pasaron un rato agradable en el cual jugaron a la pelota y luego, cada uno se fue por su parte. Tras una rápida ducha, se alistó para reunirse con su familia en el bar de la residencia antes de ir a cenar, y entonces, cuando fue a pedir algo de tomar, lo vio: era un chico mayor, de piel ligeramente morena, probablemente por el sol, y ojos muy claros. Tenía pelo oscuro, peinado, e iba vestido de manera formal, pero lo que más la sorprendió fue la sonrisa que el hombre le dedicó al verla. Era mucho mayor que ella, y no pudo evitar comportarse torpemente; aquella sonrisa le traía recuerdos, sabía que había visto a aquel hombre antes, pero no recordaba haber cruzado palabras con él más que para comprar, y, sin embargo, aquella sonrisa era tan genuina que la hizo sentir avergonzada.

Sin saber cómo era posible que se hubiese olvidado de esa persona, fue al bar día tras día, emocionada por comprar cosas, firmar el papel que le daban y por sentir nuevamente aquella calidez que la curvatura en el rostro del chico le otorgaba. No sabía su nombre ni le importaba, él le había dado algo que realmente necesitaba, por más que aquel fuera su secreto, solo de ella.
Los años siguieron pasando y ella continuó regresando, un año mayor con cada vuelta. Había muchos rostros familiares que le sonreían cada vez que regresaba, también había rostros nuevos, pero aquella calidez, aquel cosquilleo que produce una gran felicidad, solo se la producía una persona. A medida que el tiempo iba pasando, ella seguía guardando el secreto. No es que fuera un gran secreto, pero de verdad le gustaba aquella sonrisa, era el tipo de sonrisa que hacía que uno se hiciera especial.

Fue uno de esos calurosos veranos, ya bastante mayor, que la chica, ya una adolescente, a punto de terminar la escuela, decidió que en el futuro quería trabajar de algo que hiciera feliz a la gente. A pesar de las malas experiencias que se había llevado durante su infancia, se negó a bajar los brazos. El mundo era demasiado amargado, necesitaba un poco de felicidad en sus días. Fue así cómo decidió estudiar gastronomía.

La historia podría terminar aquí, podría decirles que ella se graduó, colocó su propio negocio y fue una persona muy exitosa, pero no fue así: ella descubrió que sentía placer únicamente cocinando panes y cosas dulces, además, la fiereza con que trataban a todos en aquella carrera la hizo echarse para atrás. No fue lo suficientemente fuerte como para llegar hasta el final, tomó la decisión de dejarlo a la mitad, mas se fue con una lección: “hay carreras que no son para todos”.

La vida imponía sus duras pruebas y sus vacaciones se transformaron en un bálsamo para ella. Se enfrentaba al día a día como podía, pasando por muchos altibajos, pero luego volvía a aquel lugar y se encontraba nuevamente con esa persona. Aún no sabía su nombre, no sabía nada de él, pero el solo verlo era como reencontrarse con un viejo amigo, y no importaba qué tan hundida se encontrase, el tan solo intercambiar unas pocas palabras con él, la hacía sentir feliz.

Sabía que ella tan solo era una persona más de todas las que visitaban el lugar, pero para ella no lo era. Quizás porque tan solo lo veía unos pocos días al año en los que él estaba de buen humor, pero nunca olvidaría esa calidez. Era uno de esos casos en los que un desconocido hacía algo muy bueno por uno sin siquiera saberlo, porque estaba segura de que él no tenía idea de lo importante que era para ella. “Las personas pueden ser felices si de verdad lo intentan”, era lo que significaba.

Se volvió una persona distinta, más positiva, el tipo de persona que le saca la lengua a los niños en los transportes públicos o hace tonterías para hacer reír a sus amigos. Salió de su ensimismamiento; sin dejar sus hobbies de lado, se volvió una persona más sociable, más fuerte, y todo había sido desencadenado por una sonrisa. “Una sonrisa tiene el poder de cambiar una vida”, había leído una vez, y la calma que en su corazón sentía le decía que esas palabras eran muy ciertas.

Pero con el tiempo, ella fue consciente de más y más cosas. Rostros familiares fueron dando paso a otros nuevos y, si bien algunos permanecían, comprendió que su vida no seguiría de esa forma para siempre; quizás un día ya no pudiese regresar o tal vez lo haría y él ya no estaría. A pesar de que él no tenía idea de lo mucho que significaba para ella, la joven quería agradecerle, aunque no sabía cómo hacerlo. Tenía miedo de que se riera o no la tomara enserio, el estilo directo nunca había sido lo suyo. De pronto sintió la necesidad de darle un nombre a aquella persona, quería que dejara de ser un desconocido.

El averiguar su nombre fue el primer paso. Ella no era una persona valiente pero haberse animado a comenzar a caminar la llenó de valor. Entonces, supo que una simple palabra no bastaría para que él comprendiera la totalidad de lo que quería abarcar. Empezó a pensar maneras de agradecerle, pero ninguna acababa de satisfacerla. ¿Darle una propina? No lo creía adecuado, no quería que fuera algo material. ¿Una carta? No creía poder volcar sus sentimientos, aquel secreto que por años había guardado, en una carta. Necesitaba algo más.

El tiempo se le acababa cuando, en el momento en que menos lo esperaba, una idea golpeó su mente y resolvió el problema. Dejó escapar una risa ante la obviedad el asunto. El año anterior había comenzado a estudiar la carrera de Letras y sus profesores la alentaban más a leer que a escribir, por eso lo había dejado parcialmente de lado, pero descubrió que aquello era lo que necesitaba, escribir, pero no una carta; le escribiría un cuento.

Le llevó varios días escribirlo, pero dejó que todos sus sentimientos cobraran forma a través de las palabras, sin temor de lo que él pudiera pensar. Encerrada en su propio mundo, el alivio la fue invadiendo con cada letra; era difícil, estaba acostumbrada a escribir ficción y la idea de escribir acerca de ella misma la aterraba un poco, pero a medida que escribía, se iba soltando y la sensación de paz crecía más y más. Concluyó el cuento con aquellas palabras que tanto quería decir y que ya no sonaban tan tontas: “gracias por sonreír”.

Por supuesto, el haberse animado a escribir no cambiaba el hecho de que ella fuera una cobarde. Por eso, en lugar de pedirle al chico que leyera lo que ella había escrito de forma directa, el último día le dejó una pequeña nota en un sobre; siempre había querido hacerlo y ahora ya tenía la excusa perfecta. La nota tan solo contenía unas pequeñas palabras y un link: “escribí esta historia para ti, me gustaría que la leyeras”.

Eso fue todo. No sé si él la leyó pero me gustaría creer que sí lo hizo porque era verdaderamente importante para ella. Quizás incluso le dejó un comentario acerca de lo que le había parecido o encontró la forma de contactar con ella para decírselo de una forma más privada. Tal vez, en lugar de eso, decidió guardarse sus pensamientos para sí, con aquella sonrisa que tanto le gustaba a la joven desde que era una niña.

Lo importante es que, finalmente, ella había encontrado la forma de transmitir sus sentimientos en sinceras palabras. No sabía si regresaría el año entrante o si lo haría y ya no lo vería allí. Deseaba con todas sus fuerzas que él siguiera en aquel lugar tan especial cuando regresara, con aquella sonrisa cargada de calidez que tanto le gustaba. Sin embargo, si no era así, se entristecería pero seguiría adelante. Era una chica fuerte y había logrado decir aquello que por tanto tiempo había querido decirle:


Gracias por sonreír.

1 comentario:

  1. Es tuyo el relato?Escribes bien. A ver si t animas y publicas alguna vez linda.Saludos

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