Ella era tan solo
una niña cuando la vio por primera vez, puedo asegurarlo pues, de
ser así, aquella bella sonrisa la habría hipnotizado como a
cualquier otro, pero no tenía recuerdos precisos del momento exacto
en el que sucedió, algo propio de cualquier infante. Sí puedo
decirles que, a pesar de aquellos borrones, la presencia de esa
sonrisa brillaba ligeramente, a aquella niña le gustaban mucho las
sonrisas y, cuando finalmente se percató de que ella estaba allí,
un cálido sentimiento de familiaridad acompañó el feliz golpeteo
de su corazón. Fue entonces cuando decidió que aquella era la
sonrisa más bonita que había visto.
Ella era una niña
de gustos muy particulares, criada por una familia lectora, desde una
temprana edad se sumergió en el mundo de los libros, tendiendo a
preferir la soledad a la compañía. En las ocasiones en las que no
tenía más opción que compartir su espacio con otras personas de su
edad, los otros niños se burlaban de ella por su gusto al estudio,
los libros y su particular amor a los juegos de Pokémon. El bullying
que sufrió a una temprana edad la llevó a tomar una postura
distante de quienes la rodeaban, sin embargo, no podía evitar
fijarse en aquellas personas. Había algo en ellas que le atraía de
sobremanera, probablemente porque ella no portaba una a menudo: sus
sonrisas.
Las personas a su
alrededor tendían a sonreír, pero no tardó en comprender que una
sonrisa no era sinónimo de felicidad. Habían distintos tipos de
sonrisas: algunas eran la expresión de la alegría, como la que
mostraban los del equipo vencedor del juego a la hora de educación
física, algunas de comprensión, como la de la maestra, otras eran
cariñosas, como la que su madre le dedicaba al verla salir del
colegio. Pero también había otras que eran crueles, como las de los
niños que se metían con otros chicos menores, o como aquellas que
portaban, altaneras como solo pueden serlo las niñas durante la
primaria, quienes se metían con ella.
Las sonrisas
captaban su atención, pues podían decir mucho de una persona.
Incluso había quienes sonreían poco o quienes se obligaban a
hacerlo. La niña poco entendía de esas personas, en su mayoría
adultas, pues aquello a lo que ellos denominaban “estrés”
escapaba a sus infantiles concepciones.
El tiempo pasó y un
día su padre le dijo que pronto irían de vacaciones a un lugar
lejos de casa. La chica, que ya había crecido un poco, estaba feliz.
No había cambiado demasiado, seguía prefiriendo meter la nariz en
un libro antes que pasar el tiempo con gente de su edad, pero se
había vuelto un poco más abierta en ese sentido y tenía un pequeño
grupo de amigos en aquel lugar al que tantos recuerdos asociaba;
irían a vacacionar al mismo lugar al que iban todos los años y, si
bien para algunos eso podía ser aburrido, a ella le encantaba.
El calor seco era
atenuado ligeramente por la fresca brisa que cubría el ambiente. El
primer día fue bastante tranquilo, se reunió con sus amigos,
pasaron un rato agradable en el cual jugaron a la pelota y luego,
cada uno se fue por su parte. Tras una rápida ducha, se alistó para
reunirse con su familia en el bar de la residencia antes de ir a
cenar, y entonces, cuando fue a pedir algo de tomar, lo vio: era un
chico mayor, de piel ligeramente morena, probablemente por el sol, y
ojos muy claros. Tenía pelo oscuro, peinado, e iba vestido de manera
formal, pero lo que más la sorprendió fue la sonrisa que el hombre
le dedicó al verla. Era mucho mayor que ella, y no pudo evitar
comportarse torpemente; aquella sonrisa le traía recuerdos, sabía
que había visto a aquel hombre antes, pero no recordaba haber
cruzado palabras con él más que para comprar, y, sin embargo,
aquella sonrisa era tan genuina que la hizo sentir avergonzada.
Sin saber cómo era
posible que se hubiese olvidado de esa persona, fue al bar día tras
día, emocionada por comprar cosas, firmar el papel que le daban y
por sentir nuevamente aquella calidez que la curvatura en el rostro
del chico le otorgaba. No sabía su nombre ni le importaba, él le
había dado algo que realmente necesitaba, por más que aquel fuera
su secreto, solo de ella.
Los años siguieron
pasando y ella continuó regresando, un año mayor con cada vuelta.
Había muchos rostros familiares que le sonreían cada vez que
regresaba, también había rostros nuevos, pero aquella calidez,
aquel cosquilleo que produce una gran felicidad, solo se la producía
una persona. A medida que el tiempo iba pasando, ella seguía
guardando el secreto. No es que fuera un gran secreto, pero de verdad
le gustaba aquella sonrisa, era el tipo de sonrisa que hacía que uno
se hiciera especial.
Fue uno de esos
calurosos veranos, ya bastante mayor, que la chica, ya una
adolescente, a punto de terminar la escuela, decidió que en el
futuro quería trabajar de algo que hiciera feliz a la gente. A pesar
de las malas experiencias que se había llevado durante su infancia,
se negó a bajar los brazos. El mundo era demasiado amargado,
necesitaba un poco de felicidad en sus días. Fue así cómo decidió
estudiar gastronomía.
La historia podría
terminar aquí, podría decirles que ella se graduó, colocó su
propio negocio y fue una persona muy exitosa, pero no fue así: ella
descubrió que sentía placer únicamente cocinando panes y cosas
dulces, además, la fiereza con que trataban a todos en aquella
carrera la hizo echarse para atrás. No fue lo suficientemente fuerte
como para llegar hasta el final, tomó la decisión de dejarlo a la
mitad, mas se fue con una lección: “hay carreras que no son para
todos”.
La vida imponía sus
duras pruebas y sus vacaciones se transformaron en un bálsamo para
ella. Se enfrentaba al día a día como podía, pasando por muchos
altibajos, pero luego volvía a aquel lugar y se encontraba
nuevamente con esa persona. Aún no sabía su nombre, no sabía nada
de él, pero el solo verlo era como reencontrarse con un viejo amigo,
y no importaba qué tan hundida se encontrase, el tan solo
intercambiar unas pocas palabras con él, la hacía sentir feliz.
Sabía que ella tan
solo era una persona más de todas las que visitaban el lugar, pero
para ella no lo era. Quizás porque tan solo lo veía unos pocos días
al año en los que él estaba de buen humor, pero nunca olvidaría
esa calidez. Era uno de esos casos en los que un desconocido hacía
algo muy bueno por uno sin siquiera saberlo, porque estaba segura de
que él no tenía idea de lo importante que era para ella. “Las
personas pueden ser felices si de verdad lo intentan”, era lo que
significaba.
Se volvió una
persona distinta, más positiva, el tipo de persona que le saca la
lengua a los niños en los transportes públicos o hace tonterías
para hacer reír a sus amigos. Salió de su ensimismamiento; sin
dejar sus hobbies de lado, se volvió una persona más sociable, más
fuerte, y todo había sido desencadenado por una sonrisa. “Una
sonrisa tiene el poder de cambiar una vida”, había leído una vez,
y la calma que en su corazón sentía le decía que esas palabras
eran muy ciertas.
Pero con el tiempo,
ella fue consciente de más y más cosas. Rostros familiares fueron
dando paso a otros nuevos y, si bien algunos permanecían, comprendió
que su vida no seguiría de esa forma para siempre; quizás un día
ya no pudiese regresar o tal vez lo haría y él ya no estaría. A
pesar de que él no tenía idea de lo mucho que significaba para
ella, la joven quería agradecerle, aunque no sabía cómo hacerlo.
Tenía miedo de que se riera o no la tomara enserio, el estilo
directo nunca había sido lo suyo. De pronto sintió la necesidad de
darle un nombre a aquella persona, quería que dejara de ser un
desconocido.
El averiguar su
nombre fue el primer paso. Ella no era una persona valiente pero
haberse animado a comenzar a caminar la llenó de valor. Entonces,
supo que una simple palabra no bastaría para que él comprendiera la
totalidad de lo que quería abarcar. Empezó a pensar maneras de
agradecerle, pero ninguna acababa de satisfacerla. ¿Darle una
propina? No lo creía adecuado, no quería que fuera algo material.
¿Una carta? No creía poder volcar sus sentimientos, aquel secreto
que por años había guardado, en una carta. Necesitaba algo más.
El tiempo se le
acababa cuando, en el momento en que menos lo esperaba, una idea
golpeó su mente y resolvió el problema. Dejó escapar una risa ante
la obviedad el asunto. El año anterior había comenzado a estudiar
la carrera de Letras y sus profesores la alentaban más a leer que a
escribir, por eso lo había dejado parcialmente de lado, pero
descubrió que aquello era lo que necesitaba, escribir, pero no una
carta; le escribiría un cuento.
Le llevó varios
días escribirlo, pero dejó que todos sus sentimientos cobraran
forma a través de las palabras, sin temor de lo que él pudiera
pensar. Encerrada en su propio mundo, el alivio la fue invadiendo con
cada letra; era difícil, estaba acostumbrada a escribir ficción y
la idea de escribir acerca de ella misma la aterraba un poco, pero a
medida que escribía, se iba soltando y la sensación de paz crecía
más y más. Concluyó el cuento con aquellas palabras que tanto
quería decir y que ya no sonaban tan tontas: “gracias por
sonreír”.
Por supuesto, el
haberse animado a escribir no cambiaba el hecho de que ella fuera una
cobarde. Por eso, en lugar de pedirle al chico que leyera lo que ella
había escrito de forma directa, el último día le dejó una pequeña
nota en un sobre; siempre había querido hacerlo y ahora ya tenía la
excusa perfecta. La nota tan solo contenía unas pequeñas palabras y
un link: “escribí esta historia para ti, me gustaría que la
leyeras”.
Eso fue todo. No sé
si él la leyó pero me gustaría creer que sí lo hizo porque era
verdaderamente importante para ella. Quizás incluso le dejó un
comentario acerca de lo que le había parecido o encontró la forma
de contactar con ella para decírselo de una forma más privada. Tal
vez, en lugar de eso, decidió guardarse sus pensamientos para sí,
con aquella sonrisa que tanto le gustaba a la joven desde que era una
niña.
Lo importante es
que, finalmente, ella había encontrado la forma de transmitir sus
sentimientos en sinceras palabras. No sabía si regresaría el año
entrante o si lo haría y ya no lo vería allí. Deseaba con todas
sus fuerzas que él siguiera en aquel lugar tan especial cuando
regresara, con aquella sonrisa cargada de calidez que tanto le
gustaba. Sin embargo, si no era así, se entristecería pero seguiría
adelante. Era una chica fuerte y había logrado decir aquello que por
tanto tiempo había querido decirle:
Gracias por sonreír.
Es tuyo el relato?Escribes bien. A ver si t animas y publicas alguna vez linda.Saludos
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